Su expresión consiguió
atrapar todos y cada uno de sus alientos. Jugaba. Jugaba a acariciar el espacio
y esos silenciosos latidos que suspendía en el aire. Empezó a dar vueltas
mientras el tiempo renunciaba a alcanzarla y, en un compás de poética belleza,
sus brazos comenzaron a bailar. Andó, corrió, saltó, trepó a través de cada uno de los
poros de su piel y, con profunda serenidad, compartió ese momento. Su mirada
atravesó el límite. Sus manos se deslizaron por las ruedas de la silla, cogió
impulso y voló, voló de nuevo.
Poco a poco la música fue
enmudeciendo y ella, con una sinuosidad extrema, siguió danzando para
inmortalizar esa felicidad, para preservar la ternura con que había ejecutado
cada gesto.
En sus miradas… quedaría
grabada, para siempre, la sinceridad de su cuerpo.
A Rita
A Rita